Desesperanza

El rey pronunció ayer el típico discurso que se espera de él en una coyuntura como la actual. Instó a los poderes del Estado a reestablecer el orden constitucional y consideró inaceptable el movimiento rupturista catalán. Lo esperado. Teniendo en cuenta que apelar al diálogo habría sido tanto como reconocer la legitimidad de las distintas partes, el fondo de su mensaje estaba definido de antemano. Lo que no estaba claro era qué forma iba a adoptar. Optó por la dureza contenida. Intentó asumir un discurso severo, admonitorio pero no estricto. En mi humilde opinión, debe practicar un poco más.

Dicen por ahí que el rey no se dirigió a todos los españoles, algo con lo que discrepo. Sí es verdad que la comunicación verbal iba dirigida sólo a una parte de ellos, pero también hay mensajes en la comunicación no verbal. No pretenderéis que quien debe ser imparcial salga delante de todos los españoles y diga que no le gusta la postura adoptada por el Psoe o Podemos. Obviamente, su mensaje para ellos fue el silencio y el respaldo a la postura defendida mucho más debilmente, pero con anterioridad, por Mariano Rajoy. Un respaldo afilado, ya que del «esto no ha sido un referéndum» de Mariano al «situación de extrema gravedad» del monarca hay un abismo.

Precisamente, el Presidente del Gobierno había tenido la oportunidad hace pocos días de dirigirse al país de forma parecida pero su discurso fue desolador. Primero porque él si que tenía potestad para apelar al diálogo político de las partes y lo único que hizo fue pedir escuderos para la batalla. Es sabido que a Rajoy le gusta que le dejen gobernar como si tuviera mayoría absoluta, y de la misma forma aprecia que le respalden haga lo que haga (o aunque no lo haga) como si tuvierá la razón única. Sin embargo sus palabras llegaron tarde y mal, y evidenciaron que el Gobierno iba al rebufo del Govern.

Así que el rey salió un poco al rescate de Rajoy para concretar el mensaje de unidad del Estado, para obviar conscientemente a los independentistas a modo de mensaje y para tratar de tranquilizar a los españoles de bien. Yo sí creo que se dirió a todos los españoles. Lo que no tengo tan claro es que todos los españoles se hayan sentido identificados con el mensaje. Y para mí ese es el problema. Que hay gente que, aunque reconoce que la Generalitat se ha saltado la Ley y quiere aplicar una DUI en base a un referendum que irregular es poco, quiere solucionar esta crisis dialogando. Hay gente que cree que se puede apelar todavía a la política antes que a la fuerza del Estado, aunque Puigdemont y Junqueras no se lo merezcan.

Esos españoles son considerados fascistas por los soberanistas, independentistas por los partidarios del 155 y equidistantes por Twitter. Y son, desde mi punto de vista, el colectivo que ha resultado peor parado tras el discurso del rey. Porque, a los idependentistas las palabras de Felipe VI les ha dado argumentos; a los defensores del 155 les ha dado fuerza; a los partidos políticos, un toque de atención, pero a los españoles que quieren que sus dirigentes se sienten a hablar sólo les ha dado desesperanza.

 

 

La batalla de la comunicación

Por mucho que no sea veraz, un mensaje no deja de ser un mensaje. Y en las batallas de la comunicación, sobre todo en política, que los mensajes digan verdades o mentiras es accesorio, dado que en este tipo de terrenos el fin suele justificar los medios. La guerra de comunicación se libra con mensajes, no con verdades. Es por eso que -partiendo de esta premisa- creo que el Gobierno central ha perdido la batalla de la comunicación contra el Govern de la Generalitat este 1-O.

Es cierto que Moncloa partía en desventaja. Para imponerse en una guerra de comunicación es importante contar con mensajes y canales, y en esta ocasión ambas partes contaron con ellos, pero es más sencillo vencer en esta lid cuando tienes definidos menos receptores de tus mensajes.  Es decir, mientras los de Rajoy tenían como receptores a los catalanes independentistas, los catalanes no independentistas pero partidarios de votar, los catalanes unionistas, los españoles afines, los españoles no afines pero contrarios al referendum, los españoles no afines y partidarios del referendum y la comunidad internacional, Puigdemont y los suyos sólo se esforzaron por enviar mensajes a los catalanes independentistas, a los catalanes no independentistas pero partidarios del derecho a votar y a la comunidad internacional. Obviamente, sus posibilidades de éxito son estadísticamente mayores.

El emisor Moncloa debe dirigirse a un número mayor de receptores porque el Estado debe emitir mensajes para todos sus súbditos. Para todos. Aunque ellos no se sientan súbditos. El emisor soberanista se dirige sólo a los emisores que le interesan porque su objetivo de comunicación le permite discriminar. Es decir, mientras que Madrid debe emitir mensajes para todos los receptores a sabiendas de que van a ser rechazados por buena parte de ellos, Barcelona escoge mensajes diseñados para sus receptores selectos porque le da igual lo que piensen el resto.

Luego, si el eje de comunicación de los soberanistas es «Somos unos demócratas a los que no dejan expresarse en libertad y estamos reprimidos por la violencia del Estado», sea o no sea esto verdad, el mensaje tiene muchas probabilidades de triunfar porque sólo pretende alcanzar a tres colectivos bien diferenciados que luego deberán interpretarlo en función del código utilizado y las interferencias. Unos lo asumirán sin rechistar por convicción emocional e ideológica, otros lo interpretarán en base a la coyuntura.

Así (siguiendo con el ejemplo aleatorio expuesto), si el citado eje de comunicación formara parte de un plan de comunicación cuyo objetivo fuera fomentar el independentismo dentro de las fronteras de Cataluña y aumentar la simpatía por este proceso soberanista fuera de las fronteras de España, todos los mensajes diseñados bajo ese eje irán encaminados a reforzar el objetivo último del plan de comunicación. Concluido el periodo de vigencia que se le haya querido dar al plan, se hará balance de los éxitos o fracasos del mismo. En virtud de los episodios violentos que todavía estamos viendo hoy en cataluña, no sería descabellado que los mensajes hayan logrado el efecto deseado en buena parte de los receptores que la Generalitat ha escogido. Obviamente, en el resto no, pero eso a los partidarios del Procès les da igual. Así, los independentistas verán reforzada su postura, los catalanes no independentistas se verán más lejos de tomar la mano del Estado y la comunidad internacional, al menos en lo que le toca a la opinión pública, verá al independentismo catalán como a un colectivo acosado.

El Estado, por su parte, podría haber diseñado un plan de comunicación para reafirmar la inquebrantable unidad de una España democrática y libre. Para ello podría haber elegido como eje de comunicación «El Procès es ilegal, Cataluña es España y el Govern ha secuestrado al Parlament».  No ahondaré en la ilegalidad del Procès ni en la ilegitimidad de los resultados del referéndum, insisto. El Gobierno Central puede decir la verdad en sus mensajes pero esto no es lo que importa en este análisis. Lo que sí está claro es que sus mensajes chocan de plano con los catalanes independentistas y con los españoles no afines partidarios del referéndum. Además, su eje de comunicación encuentra resistencia en los catalanes no independentistas que quieren votar. De mano, el plan de comunicación de Moncloa se encuentra con que casi la mitad de sus receptores son reacios a interpretar el mensaje.

Teniendo en cuenta que a los afines ya los tiene ganados sea cual sea el mensaje, Rajoy se encuentra con que su principal baza de comunicación está en ganarse al receptor comunidad internacional. Políticamente ya lo tiene hecho, pero aquí analizamos el proceso de comunicación, y por comunidad internacional entendemos también a la opinión pública del resto de Estados interesados en la política interna española. Los mensajes para estos receptores llegan en general por medio de menos canales, con más interferencias y, en muchas ocasiones, con problemas con el código. Inernet, la Redes Sociales… La información fluye. Contaminada, sesgada, manipulada. Pero fluye. El receptor lo sabe, tampoco es tonto, pero las fuentes fiables, aunque le cuenten que no habrá interventores en las mesas electorales para verificar la validez de los votos, aunque le digan que no hay censo o que los partidarios del No no van a ir a votar, le digan lo que le digan, no le van a causar más impacto que la imagen de policías cargando para retirar urnas, un poderoso mensaje que refrenda el eje de comunicación independentista y sólo encuentra justificación en los colectivos más férreamente identificados con la unidad del Estado a cualquer costa.

Al Gobierno Central quizá le hubiera ido mejor con el eje de comunicación «El Govern no quiere dialogar, pretende sacar a la totalidad de los catalanes de España de forma antidemocrática y totalitaria cuando más del 50% no le apoya», lo que pasa es que para eso habría sido necesario incluir en el plan de comunicación incontables y reiterados llamamientos al diálogo, cosa que no se ha producido. En la batalla por la comunicación no importa lo demócrata que seas, sino lo demócrata que consigas que los receptores de tus mensajes crean que eres. Por eso hay que planearla bien antes de empezar.

El Govern inició una huída hacia delante precipitada que fue reconduciendo hasta llegar al día de hoy. El Gobierno Central ha dejado que las cosas se fueran resolviendo sólas, por la vía judicial más que por la política, en la convicción de que la Ley estaba de su parte. El resultado de ambas posturas lo hemos visto hoy, un día en el que ha finalizado una batalla de la comunicación y ha comenzado otra.